lunes, 3 de febrero de 2020

Flaca

Somos 
lo 
que 
podemos 
hacer 
de 
nosotros ante la vorágine de eventos catastróficos llamado vida
que transforma nuestros yoes en pos de supervivencia.

En otras palabras. 

Somos lo que hacen de nosotros:
 nuestra suerte y 
nuestro círculo. 
Y, al mismo tiempo, somos la forma en que vivimos con ello. 

Somos la decisión de llorar, 
de reír 
y de no decir nada.



Es fácil ser consiente de las inhabilidades sentimentales cuando uno está solo y reflexivo. No así cuando tu pareja tiene tu barbilla en sus manos, con firmeza, con mucha uña, y te grita que qué te pasa mientras vos y tus ojos, esas malditas ventanas del alma, le dicen que nada.

Hay veces en que estamos discutiendo, peleas donde que parece que todo se va a terminar. Que voy a salir y que no te voy a ver nunca más en mi vida. Cuando, en realidad, espero no verte más. En esos momentos me siento como si estuviera muy drogado. Embalado en un mal viaje donde no paro de pensar y figurar una vida en la que no estés. Y que vas a encontrar a alguien mejor y que quién me va a cebar mate cuando me levante y que te vas a llevar el sillón y que te extraño aunque todavía estés acá y que te odio porque me seguís preguntando qué me pasa.

También pienso que, si al imaginarte fuera de mi vida, me apena perder tu exclusividad, el mate y el sillón, quizá no estoy enamorado de vos como ser individual, sino de mí -con vos-, y de mi vida -estando vos en ella-. Quizá también eso es el amor, es el lugar donde uno se siente como en casa. O la persona que se siente como tu familia.

Es difícil respetar los cánones de amor cuando uno no vive dentro de los cánones de normalidad del resto de la gente. Y así, es difícil percibir si uno está siendo lógico o si actúa como un pelotudo. Pero bueno, yo a los ponchazos, a los llantos y a los gritos sé que la quiero, pobre. La verdad que la quiero. Pero pobre.
Tal vez peco de pretencioso, esperando que entienda qué me pasa. Nunca tuve problema de expresar mis sentimientos, pero llega un momento que la angustia es tan vieja y tan rancia, que la tenes que guardar. Porque no puede uno estar llorando y tener que explicar que llora porque hace 10 años que no ve a su hermano. Porque murió. Son tristezas que el resto da por caducadas. Ojalá.

Los cuasi huérfanos, los dañados de la vida, los desahuciados... Somos mal llamados resilientes. Nos admiran por nuestra fortaleza, por nuestra energía, por nuestra forma de vivir con el dolor, como si fuera una opción no hacerlo. ¿O acaso nos están felicitando por no suicidarnos?
Odio esa palabra. Resiliencia. Si supieran... Si supieran la cantidad de veces que me veo bien y no tengo ganas de vivir. Si supieran, antes de llamarme guerrero, que yo no gané nada ni merezco ninguna felicitación. Porque hago lo que me sale. Y desde que mi hermano murió vivo por defecto. Si supieran que yo no elegí nada de lo que pasa desde ese momento hasta ahora. Si supieran que vivo, porque más culpa me da morirme.
Nosotros los tristes crónicos nos sentimos como un manco en un cumpleaños. Tal vez te adaptes a tu nueva vida, tal vez parezca que no está tan mal no tener (un)a (her)mano. Pero cuando llegue el momento de la torta, y quieras aplaudir, te vas a sentir miserable. Otra vez.
A veces la sensación del cumpleaños es dos veces al día, a veces dura semanas enteras, y a veces se desaparece por unos meses. Pero siempre vuelve. Ese momento en que el inconsciente busca recurrir a algo que ya no está. Y el dolor que precede la desilusión dura mucho más que un cumpleaños.

Por eso, por más que uno intente explicarlo, por que uno tenga la intención de ser comunicativo, hay cosas que el resto no logra entender. Y es ahí donde peor se pone la discusión con la flaca. Porque ella  me dice que si estoy con ella le tengo que compartir lo que me pasa, aunque no sea algo que la incluya. Yo le retruco que tiene que respetar que tengo mis secretos y que respeto los de ella. Pero la verdad ella no tiene secretos, a ella le encanta contarme todo.

A la flaca la quiero, la adoro. La verdad que cuando me amenaza con irse a la mierda me rompe el corazón. Pero, si supiera...

-Te doy una última oportunidad para decirme qué te pasa que estás tan mal
-Te dije, no me pasa nada- y, con un poético portazo, se despidió de mi por última vez. 


La pobre flaca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario