miércoles, 16 de junio de 2021

Mundial de escritura, Día 12 (escribir un relato donde "eso" ya pasó)

 El ruido de los pájaros en la ventana indicaba la hora de levantarse de Carolina. Se desperezó en la cama por unos minutos, se sentó, se puso las pantuflas y se levantó. Fue hasta la cocina y puso la pava para tomar mate. Mate solo.

 Mientras tomaba el segundo mate fue hasta el reproductor de música y puso play. Empezó a sonar Ricardo Arjona, y ella con el mate en la mano, se mecía al compás de la música. Un día más de paz, un día más de despertarse sin saber qué hora es, porque no tiene que ir a ningún lado. Cuando se cansó de bailar, se colocó las botas y fue a la huerta en busca de su almuerzo: recogió zanahorias, berenjenas, un zapallo, rúcula y tomates. Mientras tomaba una copa de vino blanco preparó un salteado de verduras y una ensalada. Comió callada, mientras miraba por la ventana el paisaje que le regalaba el día soleado. Los caballos jugaban entre sí, y los múltiples perros que Carolina había juntado de la calle, intentaban participar en el juego. Terminó rápido de comer, se abrigó y salió a jugar con los animales. Hace unas semanas, los perros eran doce. Pero días atrás, Carolina se había topado con una perra y sus tres cachorros, y no había dudado en sumarlos a la manada. Entonces eran quince. Quince perros, cuatro caballos, una quinta pequeña pero cuidada, y Carolina al mando. Rara vez recibía visitas. Le gustaba pensar en la quinta como su santuario, como algo únicamente suyo. Por eso cuidaba tanto del parque, los animales, las instalaciones: porque era su templo. Tirada en el pasto saludando a sus amigos, Carolina oyó un quejido de uno de ellos. Haciendo lugar entre los otros perros, pudo ver que uno de los últimos tenía una herida en la pata trasera. En seguida se levantó y alzó con cuidado al perro. Lo llevó adentro y lo acostó en la mesa para mirarlo más detenidamente. Entre el suave pelaje negro del perro, encontró una herida profunda, bastante desgarrada, pero definitivamente hecha por otro perro. Tranquilizó con suaves caricias al animal, y fue en busca de un botiquín. Tomó de la caja una gasa que embebió con desinfectante, y al volver a buscar la herida, ésta drenaba sangre sin parar. La sangre y el desinfectante de color amarronado, manchaban las manos de Carolina. El perro se removía sobre la mesa y debajo de la gasa, ella lo sostenía con delicadeza, su mano temblaba y su frente sudaba. La sangre comenzó a convertirse en un charco alrededor del perro y, en ese preciso momento, ella se congeló. La sensación de salvar una vida, la sangre ajena empapando sus manos, la desesperación del perro, desbloquearon en su mente un recuerdo borrado hasta entonces: Carolina había muerto. Muy velozmente los recuerdos aparecían en su mente y eran reemplazados por otros cada vez peores, y juntos hacían una película de terror. Un beso con su novio que carga una valija en el baúl del auto, una parada en una estación de servicio, un mate en la ruta, música, risas, un cigarrillo entre los dos, un camión de frente, un vuelco, la sangre de su novio brotando de su abdomen perforado y la intención de sus ínfimas manos por detenerla, una luz por la derecha y un golpe seco que termina en un universo pintado de negro. Un quejido del perro la hizo volver en sí. Con un último suspiro, éste dejó de respirar. Al menos esta vez Carolina no murió.

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