viernes, 18 de junio de 2021

Mundial de escritura, Día 4 (conectar una ficción con un libro)

- Les propongo que piensen en casa las cosas que charlamos hoy, que estén dispuestos a escucharse y a decirse lo que les pasa. Recuerden que yo estoy acá como una mediadora, pero son ustedes los que tienen que tener la voluntad de comunicarse. Con ese sermón salí de la terapia de pareja y me subí a un taxi. Rodolfo me preguntó por qué me iba sola y no le respondí. Porque el hombre es así: cuando lo queres dejar te dice que vayan a terapia de pareja, y cuando vas a la terapia no esboza una palabra. Me acerqué al centro con el taxi y aún era temprano para mi turno en la peluquería, así que me detuve en un bar a tomar un café. El tiempo muerto estimulaba mis pensamientos que se podrían representar como una nube negra sobre mi cabeza. O más que sobre mi cabeza, la nube negra era yo. Frustrada por no poder controlar la impotencia, cerré el diario que había tomado de otra mesa, y me puse a mirar por la ventana. Luego de unos minutos de observar la gente pasando, un muchacho alto y elegante llamó mi atención. Sus ojos negros y los míos húmedos se miraron fijamente por ¿cuántos? segundos, no podría decirlo. Sentí en el pecho un subidón, que bajó al estómago al ver que entraba al bar y se dirigía directamente hacia mí. - “¿Alguien te dijo alguna que vez irradias una simpatía tan fuerte que a uno lo marea?” - ¿Perdón? -respondí intentando ocultar la adrenalina. - ¿Conoce a Mario Benedetti? - ¿El escritor? - El mismo- y sacando un libro del bolsillo interno de su saco agregó- lea este libro. Se lo presto. - Pero, ¿cómo te lo voy a devolver? - Así como se lo di, por casualidad. El desconocido se fue y yo guardé apresurada el libro en mi cartera. Mi corazón galopaba como si quisiera salirse del pecho. Terminé el café y fui a la peluquería. Decidí cambiar el aspecto de mi cabello y me hice flequillo de nuevo, como cuando tenía veinte años. Al regresar a casa tuve que soportar el entusiasmo fingido de Rodolfo por mi nuevo look, cuando me besó sentí en su boca el rechazo de un amor vencido y la desesperación de una persona que no sabe qué haría de su vida si se separara. Cenamos en silencio mirando televisión, me bañé rápido para no correr el riesgo de que quisiera que compartamos la ducha y me metí en la cama. Mientras él se bañaba, fui hasta el living a buscar de mi cartera el libro. Lo abrí con la intención de esconderlo debajo de la cama cuando escuchara que Rodolfo cerraba la ducha, pero me vi atrapada en él tan intensamente, que cuando oí cerrarse la canilla continué leyendo. La pasión, la piel, el amor, resultaban privilegios tan alejados, que, al verlos narrados, pese a mi falta de cultura literaria, me recordaban que en algún momento yo me sentí de esa forma. Incluso con el tronco de Rodolfo. - ¿Estás leyendo? - Sí, lo vi en una librería al pasar y llamó mi atención. - ¿Benedetti? Sos cursi Amanda, eh. Afortunadamente en pocos minutos Rodolfo roncaba y me permitía volver a adentrarme en las aguas de sentirse vivo, porque te importa vivir, porque alguien te genera algo. Sin embargo, al cabo de un rato me dormí yo también. Fascinada por el préstamo del desconocido, soñé toda la noche con amores viejos, amores nuevos, amores vencidos, caricias, besos y desconocidos encontrándose en bares. Al otro día, me levanté, me puse lo mejor que encontré y volví al bar. Continué leyendo el libro en el mismo lugar donde me había sentado el día anterior. Leía apresurada porque temía encontrarme con el desconocido y tener que confesar que aún no había acabado las menos de cien páginas. Y también leía con la pasión de quien descubre la literatura, y disfruta de la obra como de un bombón de chocolate, que por ser pequeño se deleita con grandeza. En el medio del tomo comencé a leer el cuento “Conversa”, donde un desconocido se acerca a una mujer en un bar. No pude evitar sonreír al entender la referencia de mi desconocido del día anterior. En el cuento el extraño le dice a la mujer si le parece que se conocen desde hace años, y ella corrige que se conocen hace veintiocho minutos. En ese momento sentí dos golpes suaves en el hombro, y una voz desconocida -pero ya no tanto- que me decía: - “¿Alguien te dijo alguna que vez irradias una simpatía tan fuerte que a uno lo marea?”

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