Llegué, entré al hospital sin dar explicaciones a nadie y volé a maternidad. Pregunté por mi mujer y me indicaron su habitación. Habitación 8. Ahí estaba, transpirada, llorando, ruborizada y hermosa. Tenía fuertes contracciones que la hacían llorar, o era la emoción, pero me necesitaba con ella, tenía que enfrentar mi miedo a todo lo hospitalario y acompañarla, acompañarlas.
Pasamos de post-parto a sala de parto. Estaba desesperando, tenía muchas contracciones y me apretaba la mano haciendome sentir que se me iban a caer los dedos. Me pusieron la bata, la gorra y el barbijo para poder ingresar a la sala. Sentía que me desvanecía y que no servía para nada mi presencia ahí, no hablaba, estaba pálido, tenía expresión de pánico y sólo ponía mi mano, pero quería que estuviera ahí, y lo entendía.
El parto duró 25 minutos, Camila lloraba y gritaba, pero cada 4 minutos me miraba y me sonreía diciendo: "ahí viene mi amor, la vamos a conocer!" Me moría de ansiedad. En un momento me mira el médico y me dice: "felicitaciones, son papás". Camila relajó todos los músculos del cuerpo para proceder a sólo llorar desconsoladamente. Levanta las manos el partero, y apreció mi nueva debilidad, Maitena, gorda y blanca como un papel, pero hermosa como la madre, y tocó una parte de mi que no conocía. Se me caían las babas y las lágrimas también. La agarré y se la di a Cami, que estaba ansiosa por tenerla. Se la dí y observé la imagen más linda y feliz de mi vida. Mi mujer y mi primer hija abrazadas por primera vez, mirandose con amor y mirandome a mi, que las estaba amando con toda mi alma.
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