sábado, 7 de abril de 2018

"El hombre está condenado a ser libre", dijo Sartre. 

Y qué condena.

Los primeros en condenarme fueron mis papás, y me llevó mucho tiempo de introspección hasta llegar a considerarme inocente. 

Mis papás siempre me criaron desde la confianza, así que a medida que crecí, me daban las libertades que creían que podía manejar. Y así tenía que hacer lo que quería y, a la vez, hacer lo que ellos esperaban que hiciera. Sino, la confianza retrocedía, y con ella los permisos.
Siempre me pareció un método muy inteligente. Ellos daban la teoría, me ponían en práctica, y si me equivocaba, la culpable era yo, así que no podía enojarme con ellos.
También siempre fueron muy insistentes en que tenía que tener un título. De lo que fuera, pero tenía que estudiar. Estudiar algo que me guste para asegurarme de tener un trabajo y que fuera grato.

Creo que la mayoría de los padres desea eso para sus hijos, y no lo dicen por capricho; yo sé que detrás de cada vez que ellos se nos importe la universidad, se esconde un "no cometas mis errores" o "aprovechá la oportunidad que yo no tuve".



La segunda condena me la dio el colegio. No me refiero a la institución, sino al sistema -del demonio-.

Ése antro en el que a nadie parece interesarle que vos tengas futuro, excepto a seis meses de egresar cuando te obligan a elegir un lugar donde hacer pasantías. De nuevo, tiene que ser algo que te guste (pero dentro de nuestras posibilidades, no nos pidas nada raro).
Te mandan a hacer las pasantías para que "tengas un pantallazo de lo que es trabajar de X cosa". Si bien no quiero ser desagradecida porque los colegios lo hacen fuera del plan de estudio, es imposible que en una semana puedas ver de qué se trata un trabajo. Al contrario, te desorienta más.
Y así, víctimas del inmundo sistema educativo que padecemos, nos arrojan a la elección de la carrera universitaria.

Tiene que ser UNA entre las CIENTAS opciones que tenés.
Tiene que gustarte, no sólo eso, HACERTE FELIZ, porque se supone que es a lo que te vas a dedicar de por vida. Aunque también hay quien dice que si tu pasión se convierte en tu trabajo, pierde la magia.
Tiene que ser la que más te guste en el mundo, pero tiene que estar en esta provincia. Y si es posible en una facultad pública, porque no nos podemos permitir una privada.
Tiene que ser rentable, y con amplia salida laboral.

En palabras no se siente tan traumático, pero en la vida se siente como si estuvieras naciendo ochomesino. No nací prematura ni creo que los que lo hicieron recuerden cómo fue, pero me imagino que debe ser igual


Otro factor que nos obliga a estudiar es la sociedad, nuestro entorno. Si todos tus compañeros y tus amigos se están yendo, la corriente te lleva a pensar que si van todos para ese lado debe ser la mejor opción. 
Además, la facultad está tan impuesta que cuando alguien nos dice que no arranca o que va abandonar, nos genera un soplido interior que dice "fracaso".

Entonces, entre papá, mamá, la educación y la sociedad nos sacan de la pecera y nos tiran en el océano. Y esperan que seamos los reyes del agua.


Admiro a las personas que pueden obtener títulos universitarios en el primer intento, pero me molesta que se haya convertido en algo forzoso después de la escuela. Cuando más de la mitad abandonan las carreras: porque no están listos, porque eligieron mal o porque no quieren (o no saben) estudiar. 
Se debería normalizar que cada cual estudie cuando quiera, cuando esté listo, cuando esté decidido. O al menos tendríamos que escucharnos a tiempo y saber reconocer cuándo nos sentimos preparados para hacer las cosas. 
Así como no todos nacemos con el mismo tiempo de embarazo, ni caminamos al mismo tiempo, ni hablamos a cierta edad; tal vez todos tenemos diferentes tiempos para independizarnos o estudiar una carrera universitaria, no?


Yo dejé la facultad. Y me daba vergüenza porque me sentía fracasada, pero no quería estudiar esa carrera, ni en esa facultad y menos en esa ciudad.
Me costó poder mirar atrás y dejar de ver ese año como algo en lo que fallé. Porque, si no tenía un título, qué iba a tener?
Pero al tiempo tuve una revelación -ponele- y me di cuenta que uno puede elegir todos los días a qué se dedica. No necesariamente tiene que ser tu trabajo.
A mi me gusta leer, escribir, los idiomas, mirar películas, comer, cocinar, ir al supermercado, mi hijo, pintarme las uñas -entre otras cosas-.
Y yo me quiero dedicar a todo eso.

El trabajo es necesario. Y está buenísimo que sea grato. Pero uno pasa a diario 8 horas en el trabajo, 1/4 de día. ¿Quién dijo que ése 1/4 es más importante que los otros 3/4?


Sé que los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, pero siendo crítica: todo lo de su época cambió, porque evolucionó y se mejoró como se pudo. Tal vez no está tan mal plantearnos que puede cambiar la línea de tiempo que planearon para nosotros. 

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