viernes, 8 de mayo de 2020

Día 27: salí a dar una vuelta por el barrio y hacé un mapa de sonidos y olores

Si estás pensando en mí
Y abril no funcionó
Pero te extraño aunque
No nos estemos entendiendo


El otoño en general tiene un olor agrio a planta y triste a nostalgia. Porque nos agarra después del verano dónde creímos que éramos infinitos y felices y se termina y nos deja así como si estuvieramos en traje de baño, medio en bolas y con frío y nos sentimos unos boludos por pensar que el verano era eterno. Bueno, tal vez son demasiadas sensaciones para una estación del año, pobre otoño.

Éste otoño tiene la particularidad de haber sido más soleado que otros, justo cuando no lo podemos disfrutar. 

Cuando salgo a la calle me llaman la atención en las veredas los colchones de hojas inmensos, sin ni una pisada, esperando que pasen los chicos camino al colegio y las conviertan en polvo. Éste otoño las hojas tapan las veredas como un acolchado de plumas, y pasan de la copa de un árbol a ser barridas a un costado, desechadas y sin que nadie haya jugado con ellas. Me deprime verlas acumuladas sin pisar. Como me deprime mirar los bancos de la plaza y pensar que nadie los usa hace tanto tiempo. Como me deprime ver una cervecería cerrada, donde los viernes a la noche no se escuchan más risas ni musiquitas indies. Como me deprime pasar por una guardería y ver a través el vidrio los ula ula colgados sin mucho sentido, e imaginarme a María Elena Walsh adentro de algún reproductor de música, esperando para hacer bailar a los niños.

Hay un silencio masivo en todos lados que me sofoca. Las pocas personas que salen, no hablan. Y las que se encuentran con una cara conocida, se saludan en voz tenue, como si alguien estuviera durmiendo. 
Como si manteniendo al gigante dormido pudiéramos salvarnos de su ira.

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